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LA BENDICIÓN DE DAR — Pbro. Abel Flores Acevedo

1 Reyes 17:11-14

[dropcap]J[/dropcap] unto al arroyo de Querit, Elías disfrutaba los alimentos que por la mañana y por la tarde le servían unos extraordinarios meseros aé- reos. Días después, Jehová indicó a su siervo el camino a seguir: La siguiente estancia sería en Sarepta, una aldea costera que se ubicaba a unos 16 kilómetros en el sur de Sidón. Vino luego a él palabra de Jehová, diciendo: levántate, vete a Sarepta de Sidón, y mora allí; he aquí yo he dado orden allí a una mujer viuda que te sustente (1 Reyes 17:8, 9).

Lo sorprendente de Dios es que todo le sale bien. Cuando nos envía a un lugar es porque ya hizo los preparativos, calculó los gastos, midió la temperatura y colocó lo necesario para que no padezcamos ningún descalabro.

Elías obedeció al pie de la letra. Se sometió a la orden divina y al igual que la vez anterior, cuando fue enviado por el Señor. Cabe subrayar la gran voluntad del profeta para sujetarse al plan de Dios. No discute, tampoco sugiere, y mucho menos se niega. Se levantó y se fue como el Todopoderoso lo había indicado. La obediencia trae bendición y se convierte en el camino más corto para ser recompensados.

Francamente, me sorprende que Dios enviara al profeta con una mujer de la clase social más humilde y necesitada para que lo sustentara. En particular, la viuda en cuestión era demasiado pobre; sólo contaba con un puño de harina y un poco de aceite para ella y su hijo.

El escritor Warren W. Wierse, en su libro Bosquejos Expositivos de la Biblia, comenta que Sarepta significa refinamiento. Podemos luego deducir que Dios introdujo a su siervo en el horno de la prueba.

aridasLa condición de la viuda

El encuentro entre el profeta y la viuda fue en la puerta de la ciudad. Ella recogía algunos troncos. Esto indica la soledad que padecía. No contaba con un esposo que le hiciera compañía y le evitara la fatiga de proveer leña para cocinar.

La mujer era atenta y educada. Cuando el profeta la llamó y le pidió agua, ella se dispuso a servirle. Una vez más, el siervo de Dios la volvió a llamar para pedirle un bocado de pan y fue entonces que la viuda habló de su condición de pobreza extrema; sólo contaba con un puño de harina, un poco de aceite para preparar una torta para sí y su hijo y luego dejarse morir. Y ella respondió: Vive Jehová tu Dios, que no tengo pan cocido; solamente un puñado de harina tengo en la tinaja, y un poco de aceite en una vasija…(1 Reyes 17:12).

Mientras en su propio pensamiento la viuda tenía un puñado de harina, escaso aceite y un futuro de muerte, Dios planeó años de vida para ella y su hijo. Entre tanto la mujer observaba su miseria, Jehová estaba a punto de ejecutar un tremendo milagro.

Dios permitió que todo escaseara para glorificarse poderosamente; dejó que viniera la necesidad para poder suplirla. Es en los momentos de crisis cuando podemos experimentar la fidelidad del Señor. Sus ojos ven con toda claridad cada tinaja y vasija en el hogar de quienes le sirven. Él sabe cuánto aceite nos queda y los puños de harina que hay en la alacena; conoce a la perfección a los habitantes de la casa y el número de huéspedes a los que se debe atender.

La viuda calculó que podía preparar alimentos para ella y su hijo, pero el recién llegado no estaba contemplado en el presupuesto. ¿Con qué mirada habrá observado la viuda al profeta? Imaginemos el momento en el que el varón de Dios le solicitó un bocado de pan. Es difícil dar, mayormente si lo que se tiene es casi nada. Pero cuando se debe elegir entre un hijo y un visitante extraño ¿a quién debemos servir primero? La mujer se encontraba a punto de tomar una difícil decisión.

Cualquiera de nosotros pensaría: ¿Qué le pasa a Elías? ¿Por qué es tan desconsiderado y egoísta? Lo prudente sería que comprendiera las limitaciones, los escasos recursos y soportara el hambre, o se fuera siguiendo su camino. Pero el profeta estaba en lo correcto. Llegó a Sarepta de Sidón por orden divina, y si ahora pedía pan para comer era porque confiaba en Jehová como proveedor para sí mismo y para el hogar donde lo atenderían.

La dádiva de la viuda

Elías le dijo: No tengas temor; ve, haz como has dicho; pero hazme a mí primero de ello una pequeña torta cocida debajo de la ceniza, y tráemela; y después harás para ti y para tu hijo (1 Reyes 17:13).

El varón de Dios instó a la viuda a desechar todo temor. El miedo es capaz de paralizar a cualquier persona; la acobarda y la conduce a la inseguridad. Ahora entendemos por qué Jehová ordenó al profeta hospedarse en casa de la mujer pobre. El siervo del Señor fue enviado para bendecir ese hogar y provocar un milagro para beneficiar a una familia en crisis.

En su demanda, Elías enseñó a la mujer el principio de dar al Creador la debida prioridad que debe ocupar el lugar principal en la vida; merece lo primero y lo mejor. Recordemos que el profeta era el portavoz del Altísimo en el Antiguo Testamento. De esta manera, comprendemos que darle al siervo era como darle al Señor, ya que era el medio por el cual Jehová revelaba su Palabra y manifestaba sus propósitos.

Elías pide primero para él y luego da palabras de fe: …y después harás para ti y para tu hijo. La viuda pudo haber pensado que el profeta no era un hombre de Dios, sino un hambriento desesperado con palabras persuasivas. Quizá imaginó que al hacer una torta y entregarla al caminante no quedaría más harina para el alimento propio y el de su hijo. Pero el varón le inyectó una dosis de convicción al decirle: Porque Jehová Dios de Israel ha dicho así: La harina de la tinaja no escaseará, ni el aceite de la vasija disminuirá, hasta el día en que Jehová haga llover sobre la faz de la tierra (1 Reyes 17:14).

Al escuchar las palabras proféticas de bendición, la viuda se sobrepuso al temor y a todo pensamiento pesimista. Dejó que la fe se fortaleciera y se aferró a la promesa. De inmediato pasó a la cocina y preparó el alimento que compartió con el hombre de Dios. Así mostró su creencia a través de la obediencia.

La dádiva de la viuda fue en tiempos de crisis

Muchos creyentes se justifican con las circunstancias difíciles que prevalecen en su vida para no dar. Hay quienes han vivido siempre negándose en compartir. Como menciona el refrán: No disparan ni en defensa propia. Este dicho popular de nuestro país ilustra la mezquindad y la falta de generosidad de algunos. Por su parte la Biblia señala: Hay quienes reparten, y les es añadido más; y hay quienes retienen más de lo que es justo, pero vienen a pobreza (Proverbios 11:24).

Ninguna crisis es capaz de poner freno al corazón generoso. Cuando realmente se tiene la voluntad para bendecir a otros, no existe pretexto que limite al creyente. El placer de dar se disfruta más en momentos críticos que en tiempos de abundancia.

El Señor Jesucristo garantiza que la bendición será mayor para el que reparte que para el que recibe. En todo os he enseñado que, trabajando así, se debe ayudar a los necesitados, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: Más bienaventurado es dar que recibir (Hechos 20:35).

panLa viuda de Sarepta vivía los momentos más trágicos de su vida. Su nación sufría una profunda pobreza debido a la sequía prolongada que estaba acabando con la agricultura, la ganadería y toda la economía del país. Sin embargo, ella abrió su corazón y su mano para dar de su harina y aceite al varón de Dios.

Muchos creyentes se niegan a apoyar la obra de Dios escudándose en sus múltiples compromisos financieros: el pago de la luz, el agua, el teléfono, gas, las colegiaturas; la reparación mecánica del auto, la renta, el dentista, la tintorería, el viaje vacacional, el abono de la sala, los pañales del bebé, la consulta del médico… A menudo olvidamos que el Señor nos ha dado más de lo suficiente en toda nuestra vida. Él nos ha sostenido y nos ha dado privilegios que no merecemos ¿Será justo cerrar nuestra mano para impulsar el reino de los cielos?

La dádiva de la viuda fue de acuerdo a su capacidad

La mujer compartió de lo que tenía. Dios nunca nos pedirá más de lo que podamos dar. Lo lamentable será cuando alguien tenga suficiente para ayudar y se niegue a hacerlo.

La viuda de Sarepta no contaba con más artículos comestibles. Ella sólo tenía para una torta y dejarse morir luego. El Señor espera que accionemos conforme a la prosperidad de la cual gozamos. El apóstol Pablo dice: …cada uno de vosotros ponga aparte algo, según haya prosperado… (1 Corintios 16:2).

¿Cómo mide usted la prosperidad? Reducirla a cuestiones financieras es una forma muy pobre de concebirla. Hay factores de mayor valor que el dinero que también están incluidos en la prosperidad: la salud, los hijos, la armonía en el hogar, la paz, la dicha de contar con un cónyuge…

Algunos creyentes caen en el error de querer tener más para poder colaborar. Muchos hermanos sólo viven con buenas intenciones. Pero si éstas no se transforman en hechos, no suplirán necesidades reales. Nadie debe esperar a poseer mayores recursos para dar. Hay que compartir de lo que ya tenemos. Demos de lo que poseemos y la obra de Dios caminará con más prontitud.

La dádiva de la viuda fue sustentada en la fe

La fe de esta mujer fue tan sólida que no dudó en compartir su pan con el hambriento. Había llegado a creer en el Dios de Israel por medio del profeta y depender únicamente de la promesa que escuchó de labios de aquel varón.

La convicción y la obediencia caminan de la mano. Esta mujer creyó y entonces accionó. La fe conduce al ser humano a ver las cosas que no existen como si fueran reales; entonces se da por hecho lo que Dios dice que hará. No sabemos cuántos dioses había en Sidón, lo que no admite duda es que la viuda creyó a la promesa pronunciada por el profeta. Porque Jehová Dios de Israel ha dicho así: La harina de la tinaja no escaseará, ni el aceite de la vasija disminuirá, hasta el día en que Jehová haga llover sobre la faz de la tierra (1 Reyes 17:14).

Es admirable el comportamiento de la viuda. Ella creyó y aceptó la bendición por la fe. Ofrendó sabiendo que la harina no se terminaría ni el aceite se agotaría. Las promesas de provisión divina no han terminado. El abastecimiento y la abundancia no tienen límites en las manos del Creador. Dad, y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro regazo; porque con la misma medida con que medís, os volverán a medir (Lucas 6:38).

La dádiva de la viuda fue recompensada

Lo que parecía ser la última comida fue el inicio de una época de bendición. Cuando todo indicaba que la muerte llegaría a casa de la viuda, el Autor de la vida proveyó años de estabilidad y sustento.

La generosidad nunca pasa inadvertida ante los ojos del Todopoderoso. El Señor que conoce los corazones y ve las dádivas siempre recompensa conforme a su Palabra. El alma generosa será prosperada; y el que saciare, él también será saciado (Proverbios 11:25).

Las recompensas que el Señor da pueden tomar formas muy variadas y la durabilidad de ellas es sorprendente. La harina y el aceite no se multiplicaron, simplemente no se acabaron.

Siempre había lo suficiente. No aparecieron costales ni galones nuevos del producto. Lo glorioso es que nunca se agotó el alimento.

El insuperable Creador hace posible lo imposible. Él decide las formas de premiar a quienes saben dar. Durante tres años y medio, mientras la sequía azotaba la tierra, Dios fue amparo y sustentador para aquella viuda generosa y obediente. Mientras en otras regiones de Sidón había hambre, la viuda, su hijo y el profeta eran testigos del amor de Dios y experimentaban cada día la fidelidad del Todopoderoso.

fuente: aviva 2012 – 003

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