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(3) EL PARALÍTICO DE BETESDA estudio o predica sobre este poderoso milagro de Jesús

La compasión y el gran amor de Jesús están disponibles para el que está enfermo y necesitado. El Hijo de Dios tiene poder para sanar cualquier enfermedad.

OBJETIVOS

Conocer el poder sanador de Jesús. Apreciar la actitud compasiva de Cristo. Compartir el evangelio y orar por las personas enfermas y desamparadas.

INTRODUCCIÓN

Llegó Jesús a Jerusalén durante la celebración de una fiesta judía. Era día de reposo cuando el Maestro se acercó al estanque de Betesda. Ahí encontró a un hombre postrado, enfermo. Supo el Señor que la persona llevaba mucho tiempo en esas condiciones, así que se acercó a él. Gracias a este encuentro, la vida de este hombre que por años vivía en la desdicha, cambió para siempre.

La narración de este relato la hallamos sólo en el evangelio de Juan. En los sinópticos la mayoría de los milagros ocurren en Galilea; Juan registra aquellos que fueron realizados en Judea. Este aconteci­miento no sólo nos permite asomarnos al carácter compasivo de Cristo, constituye, además, una señal más que demuestra que Jesús es el Hijo de Dios.

I. EL ESTANQUE DE BETESDA

Nota complementaria

Jesús subió a Jerusalén para participar en una de las fiestas judías. Es probable que ésta no fuera la de la pascua, ya que en otras ocasiones es nombrada en forma explícita (2:36; 6:4; 13:1). Normalmente en esos días de fiesta, Jerusalén se llenaba de gente. Pero Jesús dejó la multitud para visitar aquel lugar y apiadarse de un hombre enfermo (Matthew Henry y F. Lacueva. Comentario bíblico de Matthew Henry, pág. 1378).

El estanque Betesda (5:2) se ubicaba al norte del templo de Jerusalén. El depósito medía aproximadamente 110 m de largo, 40 m de ancho y 3 m de profundidad. Significa en hebreo casa de misericordia, un nombre muy apropiado, pues muchos enfermos acudían ahí para recibir misericordia para sus aflicciones.

Estaba situado cerca de la puerta de las ovejas, llamada así porque por aquella entrada eran conducidas las ovejas que habían de ser sacrificadas en el atrio del templo. El estanque tenía una columnata de cinco pórticos que servía de resguardo. Aunque era una obra opulenta, la mayoría de sus visitantes eran personas enfermas.

La razón por la que el estanque era frecuentado por toda clase de enfermos, es porque esperaban el movi­miento del agua y el primero que entraba quedaba sano. Así que aquel sitio se había convertido en un lugar de esperanza para todos aquellos que padecían una enfermedad.

II. LA CONDICIÓN DEL PARALÍTICO

Nota complementaria
El paralítico no conocía a Jesús, ni mucho menos que tenía poder para sanarlo directamente (ver v. 13). 

El título Señor es uno de respeto, nada más. El hombre se concentraba en las aguas para ser el primero en ver el movimiento e intentar llegar a las aguas “curativas» primero; su única esperanza, pensaba él (James Bartley. Comentario bíblico Mundo Hispano:Juan. pág. 138).

Es importante notar que, en aquellos tiempos, una persona inválida dependía totalmente de la ayuda de otras personas, pues no había sillas de ruedas, ni ningún otro adelanto, como conocemos ahora. Juan no da detalles de cómo es que aquel paralítico llegó hasta Betesda.

Qué condición tan triste. No sabemos cuánto tiempo tenía abrazando esa esperanza de poder ser el prime­ ro en descender en el momento preciso en que el agua fuese agitada. Tener una esperanza es lo que sostiene al hombre con vida; cuando se pierde ésta se ha perdido todo.

Le pregunta Jesús al hombre si desea ser sano (5:6). La respuesta del enfermo revela cuán frustrado se sentía al no tener quién le ayudara a entrar al agua antes que otro (5:7). Una de las situaciones más deses­perantes que pueda experimentar el ser humano, es quizá vivir con una enfermedad que lo imposibilita para valerse por sí mismo.

¿Dónde estaba su familia? ¿Dónde estarían sus amigos? ¿Por qué nadie se compadecía de él? Tristemente, este es un cuadro que se repite hoy en día. Muchos enfermos están solos y desamparados, esperando por alguien que los ayude. Es de lamentar cómo podemos vivir indiferentes a las necesidades de aquellos que padecen una enfermedad que los mantiene imposibilitados. Esta historia debe enseñarnos también que hemos sido llamados a llevar a cada persona necesitada y enferma a la única fuente de salud y vida eterna, es decir, Cristo Jesús.

III LA PRESENCIA DE CRISTO

Nota complementaria

Ese día, aquel hombre paralítico iba a descubrir que, después de todo, tenía un amigo cuya ayuda haría innecesario su descenso al estanque, del cual, recibió la fortaleza que lo hizo capaz de mantenerse en pie y tambien de llevar su lecho.

A menudo Jesús sanaba a las personas porque éstas se lo pedían. Muchos rogaban su ayuda. Pero en este caso, fue el Maestro quien se acercó al hombre para sanarlo. El enfermo ni siquiera conocía al Señor (5:13). Es de entender que al estar recluido en Betesda, solo y sin nadie que lo auxiliara, no haya escuchado antes acerca del Salvador.

Cuando el Maestro se acercó al paralítico, es probable que éste haya pensado que por fin había alguien que se compadecía de él, que Jesús le ayudaría a llegar antes que los demás para el momento de la agitación del agua y entonces obtendría su milagro. Pero en lugar de ello, el Señor solamente le dijo con autoridad: Leván­tate, tonta tu lecho y anda (5:8).

Y al instante aquel hombre fue sanado (5:8-9). El hombre obedeció a la Palabra de Cristo, y entonces ocurrió el milagro. Qué experiencia tan maravillosa, tener enfrente a Jesús, el Hijo de Dios, el que tiene todo el poder para liberar de cualquier enfermedad al hombre. Con Jesucristo no hay necesidad de estanques, ni de ninguna intervención angelical, ni de ninguna otra cosa. Pudo aquel hombre percibir aquellas palabras dichas con autoridad que le hicieron levantarse instantáneamente.

IV. EL DÍA DEL MILAGRO

Nota complementaria

Para los judíos la Ley era una serie de grandes principios generales que se dejaba en cada persona para apli­car y cumplir; pero a través de los años los judíos la habían convertido en innumerables reglas y prohibicio­nes. La Ley decía que había que considerar el sábado como un día especial, y que en él no tenían que hacer ningún trabajo las personas libres, ni los esclavos, ni sus animales. Se basaban especialmente en dos pasajes:

Jeremías 17:19-27, y en la molestia de Nehemías porque se trabajaba y se vendían mercancías, precisamente los sábados (Nehemías 13:15-19). Aunque, a decir verdad, lo que se deja bien en claro por Nehemías era el tener el sábado como un día ordinario (William Braclay. Comentario al Nuevo Testamento, pág. 411).

Los judíos no tardaron en aparecer en la escena para criticar lo que Jesús había hecho. Desde su punto de vista, el poder y la misericordia manifestados por el Señor al sanar completamente a aquel hombre no tenía importancia alguna. Para ellos, todo esto podía ser ignorado, porque lo único que les parecía importante era que, según su interpretación de la ley, se había quebrantado el día de reposo: Entonces los judíos dijeron a aquel que había sido sanado: Es día de reposo; no te es lícito llevar tu lecho (5:10).

¿Cómo es posible que reaccionen condenando lo que debería ser una celebración? Su actitud es totalmen­te incomprensible. La ley de Dios mandaba reposar en el séptimo día, y ellos interpretaban que no se debía realizar ninguna obra, por lo tanto, cuando vieron que el paralítico sanado llevaba su lecho, consideraron que

estaba realizando un trabajo y de esta manera quebrantaba el mandamiento divino.
Es claro que el propósito de Dios al dar este mandamiento distaba mucho de lo que los judíos habían in­terpretado. Pensemos en el que había sido paralítico, ¿podría haber mayor reposo para él que el ser liberado de la dolorosa enfermedad que había padecido por 38 años?

Al prohibirle a este hombre que había sido sanado que llevara su lecho, como si estuviera haciendo algo malo, hacían de la ley de Dios letra muerta y carente de amor y misericordia. Debajo de aquella religiosidad se es­condía la dureza del corazón de aquellos hombres. ¿De qué otra manera podemos entender su actitud frente a este milagro?

Los judíos encontraron al que había sido sanado y comenzaron su peculiar interrogatorio. En ese momento el que había sido paralítico debió de sentir miedo ante lo que implicaba el castigo si lo acusaban de haber quebrantado la ley. En su defensa lo único que acertó a decir fue que quien lo sanó se lo había ordenado. In­mediatamente los enemigos del Señor vieron la ocasión y la oportunidad para atacar al Maestro.

El paralítico fue restablecido físicamente, pero otra cosa muy distinta era su enfermedad espiritual. Esto último era lo realmente importante para Jesús. Así que cuando Cristo lo volvió a encontrar en el templo, abor­dó esta cuestión de la siguiente manera: Mira, has sido sanado; no peques más, para que no te venga alguna cosa peor (5:14). Los milagros que el Señor obraba a favor de los necesitados tenían un propósito mayor: salvarlos.

Después de su breve encuentro con Jesús, el que había sido paralítico fue a los judíos para informarles acerca de su Sanador. No se nos dice si lo hizo para dar testimonio del milagro o sólo para quedar bien con aquellos líderes religiosos. Lo que sí dice el relato bíblico es que el odio de aquellos enemigos de Cristo fue mayor a partir de este suceso.

CONCLUSIÓN

Existen personas, lugares y días providenciales. Ese fue el caso de aquel hombre que se encontraba postrado y solo en Betesda. No importa el lugar o si estamos solos, ni tampoco el tiempo que se tenga enfermo; lo único que importa es que hay esperanza en Jesús. Hoy es día de sanidad. Jesús nos dice con autoridad: ¡Levántate y sé sano!

La sanidad del paralitico de Betesda es una clara demostración de que Jesús se interesa profundamente por el sufrimiento de las personas. Sobre todo, este milagro y todos los demás, tienen un propósito redentor: Para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y que para que creyendo, tengáis vida en su nombre (Juan 20:31).

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